martes, 21 de diciembre de 2010

Tus acantilados

Trato de explicarte lo que mi vena más macarra,
mi vocación suicida y mi alma envalentonada
me han alentado a que haga apenas un instante ha.

Pretendo hacerte saber del tiempo y sus porqués,
en los que he deambulado haciendo caso omiso
a los tentadores dictados de mi espíritu kamikaze,
en los que mi mirada se asomaba cauta
desde el más vertical de tus acantilados,
sin acertar a dar el paso adelante definitivo
pese a antojarse éste inmediato.

Lograr que comprendas esta sensación de inmunidad al miedo
que se adueña de mi sino y me domina,
que me ha empujado sin remedio a dejar mi cuerpo
entregado totalmente a la inercia de la caída libre,
mientras en el descenso, me desprendo
del lastre de ansiedad que resta en mis raídos bolsillos.

Tan sólo precisaba que el todo que abajo me espera
dejase de disfrazarse de nada
y la bruma se disipase con mis dudas.

No reparo en las heridas que me cause
el violento choque contra las afiladas rocas,
no me importa golpearme con cada una de ellas
ni yacer, después, inerte y lacerado en el suelo.

Los motivos por los que me arrojé
permanecerán como lo más consciente,
lo más vivo y calmo que he encontrado
a lo largo del angosto y sinuoso sendero
que me ha traído hasta el acantilado
con el aire más puro y el horizonte más perfecto
que jamás he conocido, y ya, jamás conoceré.