viernes, 27 de septiembre de 2013

El deshollinador


El misterio que albergaba se tornaba sombras grotescas.
Arriba, relámpagos y zarpazos,
abajo, la negrura del abismo blanco.
El dolor de la resacas y un delirium tremens pálido,
el único equipaje que portaba bajo el brazo.

Respiraba amaneceres tenues y contaminados.
Desorientado, como un oso que no ha hibernado,
masticaba los pesares como si fuesen guijarros.

El tembleque de sus manos se guiaba acelerado,
por el compás de un péndulo desequilibrado.

De profesión, deshollinador en paro,
tratando de cambiar pasados oclusos y futuros decadentes,
por chimeneas calientes y simples presentes.

Su voz, por entonces queda y hueca, dictaba
lo que sus hurañas entrañas callaban.

Vagaba por estaciones de paso,
buscando el peor destino posible
para las vacaciones forzadas de la mitad de sus labios.

En aquella noche, la más oscura y triste del verano,
solo un vago consuelo entre tanto humo de cigarros.
Al menos, compartía con ella la misma luna
y aquella luz taciturna y débil de la puta incertidumbre.

No todo está perdido, se decía, no todo está perdido…