miércoles, 16 de febrero de 2011

No se puede volar sin alas

Hay veces que mientras espero en los cruces de las calles mojadas,
en días lluviosos como hoy, a que el semáforo se ponga en verde,
me fijo en los charcos que se han formado a mi alrededor.

Hay veces que mientras lo hago, casi inconscientemente
y por, tan sólo, un pequeño instante,
dejo de ver mi rostro tergiversado en el agua turbia
y sólo veo el cielo gris que se refleja por encima de mí
y ese pájaro casual que lo cruza en solitario.

Su imagen, entonces, se clava en mi mente y lo envidio.
Anhelo poder batir mis alas en toda su extensión,
hacer saltar la arena del suelo formando una nube de polvo
cuando despego a volar para cruzar el inmenso cielo,
y después, saber ahuecarlas para amortiguar el aterrizaje
con la seguridad que me otorga mi fisionomia de esencias de libertad.
Sin rasguños, sin tropiezos, sin dudas.
Porque ésta es mi naturaleza.
Aquello que mejor sé hacer, que hago cada día.
Despegar decidido, volar libre y aterrizar seguro.
Porque éste soy yo.

Sin embargo, para mi desgracia, yo no soy ningún pájaro.
Si acaso, un avestruz que esconde la cabeza bajo tierra
cuando siente el miedo cercano y que ni tan siquiera,
goza del alivio de poder salir volando si así lo precisa.

Yo tan sólo puedo dejar volar mi mente
por encima de la aurora de mis rasos vuelos
alguna que otra escasa vez, como hoy
y por, tan sólo, un pequeño instante.