martes, 15 de noviembre de 2011

Apología de la tristeza

Los fulgurantes brazos lúgubres de la incipiente madrugada
como tardíos restos de aurora boreal alcanzan con su espada.

Afluyen nubes de humo opaco a posarse sobre cielos de escayola,
los sueños por sus diptongos se parten cual pusilánime amapola.

La tez raída de la hetera esperanza no hace muestras de asombro.
La lluvia se desata, maizales anegados que se reducen a escombro.

Durante un impasse eterno de influjo de marea contaminada,
las parcas palabras escupen lágrimas por no poder decir nada.

Derribo ejecutado, reconstrucción del hombre, proyecto de fracaso.
Indicios de tormenta sólo restan, las cenizas sublevadas tras su paso.

Grotescas sombras decrépitas refleja el espejo de suspiros empañado.
Al otro lado de la vías, tú eres tu destino tomando el tren equivocado.

No quedan ojos por los que llorar, ya no hay poesía por ser leída,
tampoco níveas palomas de la paz que no hayan sido abatidas.

La ilusión es un poderoso ufano robando a una desvalida anciana.
El futuro, la algazara de los niños que serán huérfanos mañana.

viernes, 13 de mayo de 2011

Tempus fugit

"La única función del tiempo es consumirse: arde sin dejar cenizas."
Elsa Triolet

Mi porvenir emprende descalzo y resignado,
cada noche que se enciende tras los días apagados,
un viaje hacia la nada entre la niebla espesa
de un camino empedrado que se mueve en espiral
como el agua turbia de la charca seca de mis designios
cuando absorbida por el desagüe oxidado de los relojes sin cuerda
caía con gotas tristes de los lapsos de mis tiempos futuros
en los campos yermos de los sueños un día latentes y hoy oscuros.

Y quisiera huir de este presente
sobre los cristales de la ilusión rota,
saber construir paraguas al hastío
para caminar bajo esta lluvia que me ahoga,
partir del país de la apatía
por el puente de los días muertos y las horas marchitas,
presenciar cómo, cansada de la rutina, la rutina allí se suicida.

Mas nadie nunca ha oído
los gritos de auxilio del enterrado en vida.

viernes, 11 de marzo de 2011

La cárcel de tus ojos

Juzgado y condenado a cadena perpetua de tu mirada
por el tribunal de tus labios,
paso las noches y los días en esta celda de tus caderas
desde la que comienzo a distorsionar la realidad,
a convertirme en un demente
que mira a través de los barrotes de tus pestañas
incapaz de atinar a ver y creer
en cualquier atisbo de existencia
que vaya más allá de tus iris color libertad.

Solamente logro observar tus ojos,
tan grandes como dos oceános de hojas secas de otoño
que, tras un equinoccio de segundo,
comienzan a mezclar sus caudalosas aguas
convirtiéndose en un inmenso, brillante e indisoluble mundo único.

Sin embargo, apelaré al tribunal supremo de tu cuerpo
para que me absuelva de las cortinas de oscuridad
que mis párpados portan consigo
y que impiden que cumpla, obedientemente,
la sentencia que destina a mi mirada a morir en vida,
presa en el calabozo del devenir de tus pupilas,
mientras las mías portan reflejos de tus espejos
y grilletes bordados con tu nombre por los hilos de tus besos.

miércoles, 16 de febrero de 2011

No se puede volar sin alas

Hay veces que mientras espero en los cruces de las calles mojadas,
en días lluviosos como hoy, a que el semáforo se ponga en verde,
me fijo en los charcos que se han formado a mi alrededor.

Hay veces que mientras lo hago, casi inconscientemente
y por, tan sólo, un pequeño instante,
dejo de ver mi rostro tergiversado en el agua turbia
y sólo veo el cielo gris que se refleja por encima de mí
y ese pájaro casual que lo cruza en solitario.

Su imagen, entonces, se clava en mi mente y lo envidio.
Anhelo poder batir mis alas en toda su extensión,
hacer saltar la arena del suelo formando una nube de polvo
cuando despego a volar para cruzar el inmenso cielo,
y después, saber ahuecarlas para amortiguar el aterrizaje
con la seguridad que me otorga mi fisionomia de esencias de libertad.
Sin rasguños, sin tropiezos, sin dudas.
Porque ésta es mi naturaleza.
Aquello que mejor sé hacer, que hago cada día.
Despegar decidido, volar libre y aterrizar seguro.
Porque éste soy yo.

Sin embargo, para mi desgracia, yo no soy ningún pájaro.
Si acaso, un avestruz que esconde la cabeza bajo tierra
cuando siente el miedo cercano y que ni tan siquiera,
goza del alivio de poder salir volando si así lo precisa.

Yo tan sólo puedo dejar volar mi mente
por encima de la aurora de mis rasos vuelos
alguna que otra escasa vez, como hoy
y por, tan sólo, un pequeño instante.